miércoles, 30 de enero de 2013

¿Para qué sirven los cuentos?



Seres super poderosos pueblan el mundo infantil y ni ellos ni sus padres cuestionan su existencia. ¿Qué verdad portan que los hacen tan atractivos e imperecederos?

Hadas, duendes, animales que hablan y seres super poderosos pueblan el mundo infantil. Ni el niño ni sus padres ponen un manto de duda a su existencia. Todo es posible y el niño así lo necesita. Cuentos clásicos como Caperucita roja, Hansel y Gretel, La Cenicienta, La Bella Durmiente, Mary Poppins, Peter Pan, etc. fueron leídos por generaciones y se transmiten de padres a hijos. ¿Qué verdad portan que los hacen tan atractivos e imperecederos?
A través de los cuentos, los niños tramitan lo pulsional que habita a todo humano y gozan con ellos “dende mentirita” -como ellos dicen- viendo cómo los malos hacen sus maldades o los monstruos “monstruosidades de monstruos”. En los cuentos, los personajes no presentan ambivalencia alguna: son muy buenos o muy malos y siempre son los buenos los que triunfan, contradiciendo lo que en la realidad podría ocurrir. ¿Es que engañamos a los niños? Entiendo que no, ya que es necesario para el pequeño poder creer que siempre el bien triunfará, como creer que sus padres pueden protegerlos de todo mal. Es necesario, aunque no sea verdad. Es una ilusión necesaria para un primer tiempo de la infancia.
¿Como podría un niño crecer pensando que los padres no pueden ayudarlo o que tal vez no puedan “salvarlo” si algo les ocurre? La angustia que les sobrevendría sería tan masiva que no les permitiría dormir o inhibiría el juego. Ellos precisan creen que hay seres que pueden protegerlos y ahí están sus padres.
Pero esto mismo tiene una contrapartida dolorosa: que el malo esté encarnado en una sola persona -y no que es una faceta de todo humano- hace vulnerables a los niños, y de esto los perversos mucho saben. Ellos aprovecharán esta inocencia y mostrarán esa faceta bondadosa que encubre el lobo que llevan dentro. El niño seguramente no lo notará y, cuando lo haga, ya será tarde y la infancia se habrá perdido antes de tiempo.
Entonces, ¿los cuentos no sirven? Si, no tiremos por la borda al niño junto con el agua de la bañera. Los cuentos son necesarios para ayudar en la estructuración subjetiva de ellos, son necesarios para poder ayudarlos a comprender el mundo -como esa maravillosa imagen de aquel abuelo en Mary Poppins que muere de risa y así sube al cielo-. Es la genialidad que tienen los autores de libros infantiles para transmitir los problemas existenciales.
Pero la realidad siempre supera a la ficción, ¿acaso no somos los adultos los primeros en sorprendernos cuando esto ocurre? Pero no adelantemos el tiempo, dejemos que los niños vivan su infancia y, para ello, es preciso que sus padres oficien de ángeles de la guarda, para que su soñar no sea perturbado.

Por la licenciada Stella Maris Gulian, psicoanalista.

viernes, 25 de enero de 2013

Reflexiones sobre los Titeres


Algunas reflexiones sobre títeres.

Las Marionetas ayudan a involucrar las emociones de un niño, por ejemplo:
La curiosidad / asombro / desconcierto / la alegría, etc

Los Titeres abren un espacio libre de presión para que la voz de un niño con problemas  hable. Se trata de que sea a  la marioneta a la que se habla o se cuestiona no  la persona.

La conversación puede convertirse en un juego no en un problema.
Los
 Títeres no requieren de una intervención hablada para ser eficaces.
Los 
Títeres fomentan el juego imaginativo a través del cual todos los niños aprenden.

Los niños pueden sentarse a ver los
 títeres y obtener placer de ser espectadores.
Los niños aprenden mas cuando hay una 
marioneta alrededor.
No deje que los niños vean como  colocas la 
marioneta en tus manos o  que la dejas en el suelo tirada.

Un 
teatro de marionetas es un lugar donde un niño puede ser un espectador o interactuar conlos títeres sin tener que hacer contacto visual con los demás.
Recuerda que los títeres son diversion!!!

FRASES DE ANIMACIÓN LECTORA


· Leer es un gran placer
· Me divierto leyendo
· Crece leyendo
· Para crecer, crecer, crecer,... muchos cuentos has de leer
· Un libro es el cola cao de la imaginación
· Un libro es un amigo, disfruta de él
· Un libro es una diversión, aprovéchala
· Lee y aprenderás
· La lectura es diversión
· Leyendo aumentarás la fantasía
· Sígueme y aprenderás a leer
· Leyendo bien te lo pasarás guay
· La lectura, un mundo de aventura
· Si quieres disfrutar, coge un libro y lee
· Si quieres aprender y reírte, acércate a los libros
· Aprende a leer y lee para aprender
· Leyendo cultivas la mente
· Apúntate a leer con nosotros
· No leas por obligación, lee por gusto
· Los libros son divertidos y animados
· Aprende a viajar en un libro y descubrirás un amigo
· Si quieres aprender, te enseño a leer
· El libro, mi amigo imaginario
· Leer también es aprender
· Disfruta leyendo
· Si quieres leer, ábreme
· Leer es como ver una película
· Si quieres aventura, lánzate a la lectura
· Cuento, cuentas, cuentan ....
· ¿Cuántos cuentos cuentas tú?
· El mejor regalo, un libro
· Con los libros harás amigos
· Con los amigos descubrirás nuevos libros
· Leyendo, somos iguales, somos diferentes
· ¿Qué libro te gusta a ti?
· Dime qué libro lees y te diré cómo eres
· Quítate tu amargura con la lectura
· Dame la mano y vamos a leer
· Con un libro y mi imaginación, la aventura está asegurada
· Si tengo un libro no estoy solo
· Leyendo descubro sentimientos y emociones nuevas

Cómo contar un cuento


Sumar recursos expresivos a la hora de compartir un libro con nuestros hijos no sólo fascina a los niños sino que genera un espacio de encuentro y comunicación que mejora la calidad del vínculo.

Tomamos un cuento. Lo abrimos. Primera página. "Había una vez...". Segunda página. Seguimos leyendo. Un poco más deprisa porque ya es tarde y queremos acabar pronto. Última página. "Colorín, colorado...". Cerramos el libro, besito y hasta mañana. Pero nuestro hijo nos mira, frustrado, y nos desaprueba: "Así no se cuenta". ¿Cómo? Y sí... Se da cuenta: percibe la prisa, las ganas de terminar, la ausencia de ganas, el puro trámite. ¿A quién no le pasó?
¿Cómo volver la narración más rica? ¿Cómo generar en el relato un espacio de encuentro, de comunicación? ¿Y si envolvemos el cuento con algunos recursos expresivos? ¿Por qué no sumergirnos en la historia y fascinar a nuestro hijo con un rato de lectura? "Contar un cuento a nuestro hijo es como poner en funcionamiento cientos de piezas de un precioso mecanismo. Somos incapaces de explicar cómo o por qué funciona pero nos maravilla su precisión y compás. Del mismo modo, la conexión que se establece entre un adulto que cuenta un cuento y un niño que lo escucha tiene algo de mágica, pero es difícil explicar cuál es el misterio de esa unión que se establece entre ambos", dice la pedagoga Elena Roger Gamir, española.

Muchos intuimos que hay algo que va más allá del relato, pero no sabemos qué es ni cómo presentárselo a un niño. Aquí, algunos recursos ofrecidos por la especialista para disfrutar de la lectura y para sumergirse juntos en un mundo de fantasía y encuentro.
Conocer o aprenderse el cuento. Antes de que nuestro hijo nos pida que le expliquemos aquel cuento de nuestra infancia que casi no recordamos, o el que le compramos hace unas semanas y que aún no hemos leído, procuremos ponernos al día y repasarlos. Es necesario transmitir un profundo conocimiento del cuento y no interrumpir la narración porque tenemos que releer el texto o detenerla porque no recordamos el final. Debemos tomarnos seriamente el cuento, por muy absurdo que parezca o por muchas repeticiones que haya y, si no nos gusta o no nos parece adecuado, intentar sustituirlo por otro. Dediquemos algunos momentos a leer alguna antología de cuentos tradicionales o leyendas (¡nunca es tarde para refrescar la memoria!) y nuestro hijo agradecerá la variedad y riqueza de cuentos que le podamos contar.
Utilizar un lenguaje adecuado. El tipo de lenguaje empleado al contar un cuento está relacionado con la edad que tiene nuestro hijo, sin embargo, en general, se recomienda que sea un lenguaje caracterizado por la simplicidad y la claridad. Eso servirá para favorecer la comprensión de la historia y evitar el cansancio o incluso el aburrimiento por parte del niño.
Las palabras. A los niños de corta edad, es preferible contarles cuentos con un lenguaje adaptado, sustituyendo las palabras que creamos oportunas por otras más sencillas o por explicaciones, siempre y cuando no se trate de las palabras clave del cuento. Por ejemplo, si en un cuento aparece "un portón" lo sustituiremos por "una puerta muy grande"; "abalanzarse sobre" por "echarse encima de"; sin embargo, "la rueca" del cuento de La Bella Durmiente debería ser "la rueca" y no "un pincho", "una máquina para el hilo" o algo por el estilo. Tampoco debemos desaprovechar la ocasión de ampliar su conocimiento del léxico y es más fácil aprender nuevas palabras que están asociadas a algo concreto y que el niño oirá en reiteradas ocasiones, que aprenderlas de forma aislada (¿cuántas palabras no hemos "aprendido" asociadas a personajes de ficción? ¿qué nos sugiere no sólo "rueca" sino "calabaza", "gnomo", "pócima" o "hermanastra"?). Esto último es válido sobre todo a medida que el niño va haciéndose mayor y debe ir ampliando su vocabulario.
La pausa y la entonación. Podemos utilizar la pausa y la entonación para mantener el interés y la atención de nuestro hijo. Cuando nos paramos al final de una frase o entre dos palabras, estamos indicando que lo que diremos a continuación tiene un valor o significado especiales. De igual modo, un cambio de entonación indica que aparece un elemento sorpresa que afectará al desarrollo de la historia. Por ejemplo: "la princesa abrió la puerta y entonces... vio a una ¡RANA! en su habitación". O que se ofrece la solución al conflicto que se le ha planteado al protagonista de la historia. Por ejemplo: "...y después de lo que le había pasado... NUNCA MÁS VOLVIÓ A PROBAR LA SOPA".
Las descripciones. Las descripciones poco detalladas permiten que el niño deje volar su imaginación. Cuando contamos un cuento, es suficiente con hacer referencia a los rasgos más destacados de los elementos significativos que intervienen en la historia. Nuestro hijo puede completar el resto con su imaginación y nuestra ayuda si es preciso. Por ejemplo es suficiente decir que la bruja es fea (y no hace falta indicar que su espalda está encorvada, que tiene una nariz aguileña, que lleva una capa negra hasta los pies, etc.), o que el castillo es muy grande (y no que tiene un torreón, un puente levadizo y trescientas ventanas). Si nuestro hijo está lo suficientemente interesado en el cuento y no se imagina aquello a lo que hacemos referencia y nos pide más información, debemos proporcionársela. Por ejemplo: - ¿Cómo era la bruja?; - Era una bruja muy vieja y muy fea, que llevaba un sombrero negro acabado en punta; vivía en el bosque en una casa de madera y tenía un gato muy malo.
No interrumpir el desarrollo de la acción. En ocasiones, cuando "eso" de contar cuentos no se nos da del todo mal y disfrutamos con la narración tanto o más que nuestros hijos, corremos el peligro de recrearnos en ella. Eso supone que en vez de presentar los acontecimientos uno detrás de otro, lo que da un ritmo ágil y rápido a la historia, podemos caer en la tentación de interrumpir la acción lineal para introducir acciones secundarias o descripciones detalladas de algún aspecto o personaje no significativo ni relevante para el desarrollo de la historia. Es preferible seguir el hilo de la narración, de esa manera evitaremos aburrir y confundir a nuestro hijo, sobre todo si aún es demasiado pequeño para ver la diferencia entre información principal y secundaria.
Transmitir entusiasmo. Como en tantas otras cosas, debemos intentar transmitir entusiasmo en lo que hacemos. Es cierto que a veces nos decimos "¿y ahora tengo que contar un cuento, que ya he repetido mil veces, después de estar todo el día trabajando y llegar a casa agotado?" Y también es cierto que nuestro hijo notará ese cansancio y ese fastidio si no intentamos superar esa situación con un poco de ánimo. Es importante recordar lo positivo que resulta contar cuentos a menudo a nuestro hijo y la enorme ilusión que eso le supone, luego ¿qué hacer entonces? Podemos empezar simulando que el cuento nos interesa. Seguramente no nos daremos cuenta, pero llegará un momento en que el interés simulado se convertirá en auténtico interés y nuestro esfuerzo inicial nos facilitará la disposición de ánimo que tanto buscábamos.
Despertar interés. Los niños, con pocas excepciones, escuchan mucho más atentamente un cuento contado que un cuento leído. Narrar un cuento permite mucha más espontaneidad que leerlo. Nuestros ojos se encuentran continuamente con los de nuestro hijo, su expresión responde a la nuestra y la relación se estrecha de manera insospechada. En ocasiones necesitamos emplear algunas estrategias para que no se rompa ese encanto o, de romperse, para restablecerlo de inmediato. La mayoría son recursos expresivos, como el uso de pausas y de la entonación, ya comentados. Sin embargo, una forma de despertar el interés de nuestro hijo es incluir su nombre en el relato y darle un papel especial e inesperado en la historia. Por ejemplo: "el lobo dejó a Caperucita en el bosque y se fue corriendo a casa de la abuela, pero por el camino se encontró con Guillermo y se dio un susto tremendo, porque Guillermo era un niño que...".
Repetir el mismo cuento. Si tu hijo quiere que le repitas una y otra vez el mismo cuento, hazlo. A veces los niños piden que se les cuente un cuento concreto porque presenta un conflicto, un protagonista, una situación ideal, etc. que el niño tiene muy presente en ese momento, por eso aconsejamos respetar la elección que haga del cuento que quiere escuchar.

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El eterno placer de los cuentos de hadas


Series de televisión, como “Once a time” y “Grimm”, películas como “Espejito- espejito” o “La chica de la capa roja”, no hacen más que traer a los tiempos que corren historias ancestrales que nos fascinaban y asustaban en la infancia. Están basadas en los cuentos de hadas más tradicionales que, muchas veces, no tienen nada de infantiles. ¿Qué impacto tienen en grandes y chicos estos relatos?

Las pantallas se llenaron de historias basadas en los cuentos de hadas más tradicionales, solo que aggiornados por los guionistas al siglo XXI, y adaptadas a relatos que muchas veces no tienen nada de infantiles. Series de televisión como “Once a time” y “Grimm”, películas como “Espejito- espejito” o “La chica de la capa roja”, no hacen más que traer a los tiempos que corren esas historias ancestrales, que nos fascinaban y asustaban en la infancia.
¿Qué extraño impacto tienen en grandes y chicos estos relatos, que vuelven una y otra vez? ¿Por qué razón se recuperan incansablemente en diferentes versiones, serias o paródicas, tanto en la literatura como en la TV o el cine? Según Rocío Bressia, Responsable de Contenidos en Fundación Leer, “la primera razón está a la vista: se han convertido en pilares de nuestra cultura. Conocidos por todos, parte integrante del patrimonio literario universal, la incorporación de estos textos en los niños es central para la literatura posterior”.
La psicóloga especialista en maternidad y crianza Marisa Russomando coincide: “No se trata sólo de un aliado a la hora de dormir. Detrás de la envoltura infantil y mágica del cuento de hadas se encuentran elementos que acompañan al desarrollo de cada lector o espectador. A partir de este primer peldaño, los niños pueden disfrutar de toda una cultura que retoma estos cuentos a partir de versiones modernas, satíricas, graciosas, reinterpretaciones actuales de historias clásicas”, señala.
Además, en los cuentos tradicionales aparecen elementos fantásticos, sobrenaturales, como hadas, brujas, pociones mágicas y dragones, que potencian la imaginación y la creatividad, invitando a un mundo de sueños donde todo puede suceder. “Incluso para los niños más pequeños, los cuentos tradicionales ofrecen historias simples e interesantes que ayudan a internalizar la estructura narrativa. Es decir, cuando se lee a los niños más pequeños cuentos de hadas, ellos aprenden a contar sus propios cuentos, sus propias historias, su propia experiencia”, opina Bressia.

Pero hay más. Lo que llamamos “cuentos de hadas” son un conjunto de textos narrativos nacidos de la tradición oral en las regiones de Europa. “La caperucita roja”, “La bella durmiente”, “El gato con botas”, entre otros, llegaron a una versión escrita de la mano del francés Charles Perrault en el siglo XVII, y luego a través de los hermanos Grimm, en la Alemania del siglo XIX. Pero, al comienzo, no estaban destinados a los niños. Por ejemplo, Perrault estaba más interesado en la creación de relatos populares que pudieran dar cuenta de las enseñanzas morales de una época. Las historias, lejos de todo propósito estético o literario, constituían canales para vehiculizar el folclore y la ideología imperante.
En la versión original, para poder volver al mar, la sirenita debía matar al príncipe -que se había casado con otra- pero decidía suicidarse. Hansel y Gretel eran literalmente abandonados en el bosque a merced de las fieras, porque sus padres no tenían cómo darles de comer. Y las hermanastras de Cenicienta, por su parte, se amputaban los dedos de los pies o el talón, para poder calzar el zapatito de cristal… Poco que ver con las versiones edulcoradas de Walt Disney, y los relatos infantiles de la actualidad.
Pero para aquellos padres que prefieren suavizar la crueldad de estas historias, Russomando señala algo importante: “Los cuentos permiten soportar algunas frustraciones y elaborar situaciones mediante el uso del lenguaje simbólico, el mismo que el de los sueños. Este lenguaje disfraza contenidos que podrían ser traumáticos mediante figuras sencillas, y se utiliza para explicar problemas, etapas o hechos mediante símbolos”.
En estas historias ancestrales encontramos al héroe y al villano; a las fuerzas del bien y a las del mal; a los príncipes, el peligroso y la inteligencia, el orden y la autoridad, al cazador (padre sustituto, protector, fuerte e idealizado), la ausencia de los padres (impotencia paterna), los hermanos y sus conflictos, el hada madrina, la bruja, animales salvajes (conflictos no resueltos e instintos de agresión), etc.
“Se suele decir que los cuentos de hadas expresan distintos aspectos arquetipos y aspectos humanos de los que no solemos tener conciencia. Y posiblemente sea así…”, señala la escritora infantil Adela Basch, Directora de la editorial Abran Cancha (www.abrancancha.com.ar). Pero además, en el relato se sugieren posibilidades y alternativas. De esta manera y gracias al lenguaje incluido en los cuentos de hadas, los niños ven expresadas sus inquietudes y anhelos, sus dificultades y sus sentimientos poco aceptables para el mundo social, favoreciendo su convivencia saludable y enseñando diferentes caminos para su resolución.
Según los especialistas, el niño necesita comprenderse a sí mismo y comprender el mundo que lo rodea, y los cuentos ayudan en este proceso: vencer los temores más profundos y las angustias existenciales, ubicarse en el mundo y enfrentarse a sus problemas. De allí la eficacia de los cuentos de hadas, que se convierten en un elemento fundamental en el desarrollo desde la infancia.
Pero Basch sostiene un punto de vista diferente: “Yo creo que se siguen manteniendo vigentes porque -de manera disfrazada- muestran expresiones de una sabiduría ancestral, que en el mundo de hoy está por lo general olvidada”. La autora se refiere a los cuentos de hadas se llama comúnmente “magia”. Por ejemplo, la capacidad de transformar una calabaza en carroza, o de dar un beso que despierta a alguien del sueño eterno. “Esa presencia de lo mágico como algo natural, algo que está al alcance de la mano pero que no vemos y no sabemos cómo funciona, es a mi criterio uno de los principales atractivos de los cuentos de hadas”, concluye.
En cualquier caso, ya sea para llevarnos a un mundo donde todo es posible o para ayudarnos a lidiar con nuestros propios dragones, pasan las generaciones y los cuentos de hadas siguen aquí, en el cine, en la TV o en el libro que todas las noches les leemos a nuestros hijos. Eternos como las fantasías o los temores mas profundos del hombre.

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miércoles, 23 de enero de 2013

LEER ANTES DE LEER


La ciencia demuestra que: antes de nacer, el niño recibe estímulos del exterior positivos o negativos que influirán en su desarrollo posterior.

De la misma manera, el niño antes de saber leer ha  tenido una serie de experiencias que determinarán en gran medida su actitud hacia los libros y hacia el mundo en general.  El afecto que le transmite la madre con las caricias, atenciones, cuidados, juegos y canciones es percibido por el niño a través de los cinco sentidos.  Por medio del oído capta el ritmo del corazón y de las canciones con que es adormecido, recibe el ritmo de la vida y de la poesía que es una metáfora de ella.

A medida que va creciendo, el niño va alejándose e independizándose de su madre pero es necesario que siga recibiendo cariño y sea capaz de comunicar lo que siente por los demás.  La palabra va a ser un medio de conocimiento, de comunicación, de transmisión de afectos y de desarrollo de su imaginación y fantasía.  Por este motivo, los niños y mayores de todas las épocas han tenido la necesidad de oír narrar historias, leyendas y mitos.

En un momento en el que la imagen invade la intimidad familiar y sustituye a la palabra, la actitud que adopten los adultos, padres, profesores y demás personas que se relacionan con el niño determinará en gran medida que éste sea en el futuro un buen lector, o que por el contrario sea incapaz de disfrutar con un buen libro.

El proceso de aprendizaje de la lectura es complejo y en muchos casos hay una presión social
para acelerarlo, en otros casos los propios padres lo viven con ansiedad.  Estas actitudes no facilitan en absoluto el desarrollo normal de dicho proceso, por el contrario, lo entorpecen.  Es preferible centrarnos en los aspectos afectivos y gratificantes.  Muchas actividades que favorecen el aprendizaje de la lectura y posteriormente afianzan el disfrute de la misma pueden ser llevadas a cabo indistintamente en el aula y en la casa, siendo recomendable que las experiencias positivas del colegio se retuercen en el ámbito familiar.

La imagen puede ser empleada para conseguir nuestros fines.  Ver álbumes de fotos de los niños o imágenes de revistas comentándolas y hablando de ellas es una forma de enseñarles a leer imágenes.  También pueden ordenar viñetas para conseguir una secuencia lógica de acontecimientos y captar la orientación espacial de izquierda a derecha que utiliza nuestra cultura en la escritura.

Esta linealidad también es utilizada en la expresión ¡cónica y suele ser asimilada fácilmente a
través de las historietas que el niño hojea espontáneamente.

En época reciente, los tebeos eran considerados dañinos para los menores y se les prohibía en muchos casos su lectura.  En cambio, el interés del niño por este medio puede ayudar al aprendizaje de la lectura, y su comprensión supone una cierta complejidad para el mismo, ya que tiene que interpretar las imágenes, relacionar unas con otras e imaginar lo ocurrido en las continuas elipsis.  El tebeo tiene su propio código, que es aprendido por el niño de forma intuitiva.

Casi todos nuestros novelistas actuales recuerdan la agradable experiencia de oír a sus abuelas, padres o vecinos narrar cuentos y consideran que su afición a la literatura v su vocación de escritores comenzó al. escuchar las palabras de estas personas, que en muchos casos eran, analfabetas.

La tradición oral ha desaparecido prácticamente en nuestra cultura.  No sabemos romances o
leyendas pero su función será realizada por nosotros, que debemos volver a aprender a contar
cuentos.  Tenemos que ser conscientes de la trascendencia que tiene el contar al niño historias.  

Pueden ser inventadas por nosotros o bien extraídas de nuestro bagaje cultural, de la Biblia, de  la Historia, o de nuestra experiencia personal, recuerdos de infancia y anécdotas del propio niño cuando era más pequeño.  Más importante que lo que se cuenta es la manera cómo se dice y el hecho mismo de hacerlo.

Otra manera de utilizar la imagen es leer cuentos enseñando a los alumnos las ilustraciones, que, en algunas ocasiones, sustituyen totalmente al texto.  Más adelante hablaremos de los diferentes tipos de libros existentes para los más pequeños y de su utilidad.

Utilizar diapositivas de las ilustraciones de un libro puede servir para contarlo de manera diferente y para hacer una serie de juegos que afiancen el contenido o nos ayuden a conocer si han comprendido la historia.

La lectura de un cuento puede ser completada por los propios alumnos o manipulada con cualquier otra sugerencia de las experimentadas por Gianni Rodari.

Otros autores también ofrecen ideas interesantes y de indudable utilidad práctica en el aula como la "lectura equivocada", en la que el profesor va cambiando elementos de un cuento conocido por los niños para que éstos los identifiquen.  En estas actividades no solamente se pretende despertar el interés por la lectura sino conseguir otra serie de objetivos, como el desarrollo de la atención, la imaginación...

La narración del cuento debe hacerse en un momento determinado en el que se pueda crear un clima especial entre narrador y oyentes v se debe buscar el disfrute estético de los niños.  

Es fundamental recordar que la narración oral, tanto la llevada a cabo por el profesor como la que deben realizar los padres en casa, tiene que evitar la utilización de ilustraciones para que el niño oyente construya sus propias imágenes interiores asociadas a las palabras.

Los adultos que quieran acercarse a la tradición oral para aprender a contar cuentos o para conocer qué material es el más adecuado, disponen de una serie de autores que se han preocupado de este tema y les pueden, facilitar la labor: Carmen Bravo Villasante,  Antonio Rodríguez Almodóvar,  Ana Pelegrín, Nuria Ventura, entre otros muchos autores.

Los libros que utilizan los niños de esta edad deben tener un formato resistente a la manipulación inexperta, pueden ser de cartón plastificado o de gran tamaño para los más pequeños.  Las imágenes han de ser bien visibles, claras, con pocos elementos, colores cálidos y contrastes. 

Deberán predominar las formas redondeadas, evitando las angulosas.  Las historias se referirán a la familia, a niños o a animales y no deberán ser muy extensas.

Es muy conveniente que en el aula se pueda disponer de una variedad de libros similar a la
diversidad de alumnos existentes.

Los contenidos serán sencillos, pero no simples, y emplearán un vocabulario que les sea familiar.  Se puede buscar una graduación, comenzando con aquellos que incluyen bocadillos en los que aparecen simplemente letras, después se pasará a los que tienen una frase y el resto de la página estará ocupada por la ilustración.

La descripción del proceso lector del niño en sucesivas etapas se basa en las teorías psicológicas más aceptadas y en nuestra propia experiencia, pero se refiere a un alumno medio.  En la realidad encontramos niños que se aficionan pronto a leer, superan estas etapas rápidamente y siguen su personal camino lector.  Otros, por el contrario, tienen una mayor dificultad en la técnica lectora y se ven obligados a leer libros más sencillos que los correspondientes a su edad, por lo que no despiertan su interés al no adaptarse a sus gustos y necesidades.

El niño de este ciclo tiene un pensamiento intuitivo, prelógico y comienza a dominar la lectura. 
Este hecho es de suma importancia para su desarrollo intelectual.  En su relación con el libro predomina el animismo, lo leído cobra vida y es asimilado como una experiencia más de la vida.  Se debe buscar la adecuación de la imagen al texto y el progresivo desarrollo de éste.
Algunos autores se han convertido en clásicos de este período y es difícil encontrar a un niño
que no se sienta atrapado por historias como las de  Los tres bandidos,  de Tomi Ungerer, o Sapo y Sepo, de Amold Lobel.

Posteriormente, la respuesta animista que caracteriza su acercamiento a la lectura es sustituida por la fantasía, que se convierte en la característica fundamental del lector de estos años, debido al desarrollo de su imaginación.

Durante este ciclo se produce un gran desarrollo psicológico y se consiguen grandes avances en el  proceso lector.  El ritmo de aprendizaje varía considerablemente de un niño a otro y los adultos debemos estar muy atentos a cada caso particular para facilitarle la lectura más adecuada.

Los libros tratarán temas conocidos por el niño, pues no se debe aumentar el esfuerzo que le
supone la lectura en estos primeros momentos.  Los temas que le interesan son similares a los de la etapa anterior, a los que hay que añadir nuevos elementos como el humor.

El niño a medida que crece se va alejando de la madre y de la familia para integrarse en otros
grupos humanos, la clase y los amigos.  Sus intereses individuales, egocéntricos, van siendo sustituidos por una mayor preocupación por el mundo externo.  Se acentúa el deseo de saber, que debe ser fomentado en la escuela y en su casa, y toman gran importancia los juegos.  Gracias a ellos empieza a comprender la necesidad de las normas y de los demás compañeros para poder disfrutar.  A través del juego afirma su personalidad y se siente aceptado o rechazado.

Los libros adecuados a esta edad suelen referirse a los aspectos relacionados con su experiencia vital: amigos, juegos, aspectos novedosos del mundo externo.  La extensión de los mismos se amplía pero hay que seguir cuidando el lenguaje, evitando falsas retóricas y esteticismos huecos.  El niño busca la acción y quiere que se la presenten de manera sencilla y directa.

Las ilustraciones todavía son un soporte importante para la comprensión del texto y tienen que
motivar la lectura animando al niño a seguir adelante.

Los padres que contaban cuentos a sus hijos cuando eran más pequeños deben seguir haciéndolo.  También pueden proponer juegos que favorezcan su atención, aspecto fundamental para facilitar la lectura.  Por otra parte, han de procurar que los niños tengan tiempo para leer, no es bueno que estén tan ocupados que el juego y la lectura desaparezcan de la vida cotidiana, como ocurre frecuentemente.  También pueden acompañar al niño a bibliotecas públicas. y a librerías.

Hasta ahora nos hemos referido a libros de narración, pero en estas edades los libros de consulta, de temas relacionados con la naturaleza principalmente, tienen un gran interés para los niños.También otros géneros como el teatro deben ser fomentados.  Las representaciones teatrales, protagonizadas por ellos mismos, constituyen la mejor manera de que descubran esta forma expresiva. 

En estos años se empiezan a producir cambios fisiológicos en si¡ cuerpo al tiempo que se van creando las condiciones para el pensamiento hipotético deductivo; comienza a criticar a las personas, instituciones y creencias que le rodean, sin olvidarse de sí mismo. 

Aumentan los temas que le interesan predominando la aventura, el humor, los animales v el
misterio.  Suelen leer varios libros de un autor que les guste, sobre todo si tiene interés, amenidad y es tan original como Roald Dahl.  Lo mismo ocurre con algunos personajes como El pequeño Nicolás, de Goscinny, o El pequeño vampiro, de A. Sommer-Bodenburg.

El proceso de crecimiento que experimenta el niño a partir de estos años y la preocupación que despiertan en él los cambios que va sufriendo, transforman su comportamiento v empieza a sentir una mayor necesidad de soledad.  En esos momentos se entrega a la lectura con gran intensidad y vive una serie de sentimientos y emociones que le hacen identificarse con los protagonistas de las historias.

Mercedes Gómez del Manzano considera que las técnicas y métodos de animación a la lectura cumplen en estos años su máxima función: "El niño debe exteriorizar las emociones y sentimientos que le ha motivado la lectura y los procesos de identificación que le han provocado los personajes".

Esta misma autora estudia un tema que consideramos de gran interés.  A partir de los años cincuenta en Europa y de los sesenta en España, el niño se convierte en protagonista de los libros infantiles.  No se trata de un estereotipo como en épocas anteriores, sino que es un niño perfectamente caracterizado psicológicamente y adaptado al lector de las distintas edades.  

El hecho de que el niño cuando se pone a leer encuentre en la ficción a otro -niño de su misma edad y características, facilita la identificación con él. Otro tema que tiene un gran interés para los lectores  de estos años es el de la aventura protagonizada por una pandilla.  El éxito de estos libros se basa en las necesidades psicológicas y efectivas ya comentadas y en la cada vez mayor dificultad para integrarse en un grupo en el mundo urbano actual.

También tiene una mayor importancia en este ciclo y en el primero de la Educación Secundaria la orientación de los jóvenes, ya que su capacidad lectora abarca un gran abanico de lecturas y se le ofrece una cantidad ingente de títulos.

Es fundamental que el profesor lea los libros orientados a estas edades, en muchas ocasiones más atractivos que los dedicados. al lector adulto, ya que por encima del tema o las características externas del libro y las ilustraciones, nos interesan los valores estéticos morales y de las narraciones.


Es conveniente que los padres comenten con sus hijos los libros que éstos leen, ya que en el colegio esto no es siempre posible.

FÓRMULAS PARA ABORRECER LA LECTURA


Cada vez son más los profesores que conciben el libro como un instrumento placentero e intentan con su actividad en el aula acercar los niños al libro, procurando poner a su alcance lecturas que les resulten  atractivas y los impliquen de manera activa.  La utilización de los libros con fines estrictamente pedagógicos queda en un segundo plano, pues la experiencia les ha enseñado que el trabajo exhaustivo con este fin puede tener el efecto contrario al que de verdad importa: conseguir el hábito lector entre los niños, y que éste permanezca incluso cuando abandonen la escuela.

Indudablemente es tarea de la escuela conseguir que todos los niños se apropien de los mecanismos de la lectura; pero esto no es suficiente, es sólo el primer paso.  Una vez que los niños han alcanzado este objetivo, nuestra meta profesional debe situarse más allá: ayudar a nuestros alumnos a descubrir el placer de leer, la dicha que produce la lectura.

A pesar de tantas buenas intenciones, lo cierto es que en demasiadas ocasiones acabamos creando entre el niño y los libros un abismo difícil de salvar con tanto uso y abuso del libro como instrumento escolar.

Una reflexión sincera y serena sobre este tema puede ayudamos a replantear nuestra actitud en tomo a la lectura y a rectificar cuando sea necesario.  Sólo si somos capaces de descubrir nuestras deficiencias podemos pensar en buscar soluciones alternativas.

Todos los profesionales de la educación, los padres, y la sociedad en general, solemos coincidir cuando se dice que la lectura es una necesidad esencial para la formación integral de la personalidad; sus beneficios son incalculables para el ser humano y es un instrumento imprescindible en la vida de las personas: es necesario que los niños lean.  Sin embargo, la realidad de nuestras aulas y la actitud de las
familias suelen contradecir todas estas afirmaciones.  Hagamos un ejercicio de sinceridad.  En realidad, lo que la mayor parte de los padres y los profesores desean fervientemente es que sus hijos, sus alumnos, saquen adelante sus asignaturas y aprueben el curso.

Si de verdad la mayoría pensase que la lectura es tan importante como todo el mundo coincide en afirmar, esta actividad ocuparía más tiempo y mejores espacios en nuestros centros escolares, en nuestros hogares, en los espacios televisivos, en la radio, en las páginas de la prensa... Convendría pues que comenzásemos por acercarnos a la lectura en términos más realistas y modestos.

Emprendido el camino con esta nueva actitud, quizá tenga efectos positivos la  formulación de algunos principios básicos, de manera totalmente sarcástica y divertida, acerca de cómo conseguir que nuestros alumnos huyan de los libros como  gato escaldado; especialmente dirigida a aquellos profesores empeñados en convertir el libro en objeto de disfrute.  Nos basamos en G. Rodari ("Nuevas maneras de
enseñar a los niños a odiar la literatura", ed.  Alioma) y en H. J. Holt, y creemos que además de hacemos sonreír nos puede hacer meditar.

1. Echarles en cara a los niños que no les guste leer

Con frecuencia, cuando los profesores hablamos con nuestros alumnos sobre la lectura les culpamos de que no les guste leer.  "Parece mentira -les decimos con éstas o similares palabras, siempre en tono de reproche- que con lo interesante que es leer no lo hagáis con más frecuencia".  Como si con este tipo de sermones fuéramos a conseguir algo.
Afirmaciones de este tipo indican, en primer lugar, nuestro desconcierto ante el problema y nuestra incapacidad para tomar iniciativas más positivas con el fin de fomentar el gusto por la lectura.  Pero, además, con estas acusaciones tratamos de eludir nuestra propia responsabilidad en el tema haciéndola derivar hacia el propio niño.

2. Obligarles a leer

Como afirma G. Rodari, éste es el método más eficaz para conseguir que la lectura resulte una actividad especialmente repulsiva: "Se toma-a un muchacho, se toma un libro, se coloca a los dos en una mesa y se prohíbe que el trío se divida antes de una determinada hora".  El método es infalible, pues "no se puede ordenar a un árbol que florezca, si no es su estación, si no se han creado las condiciones idóneas...... Por el camino de la obligación, no se puede llegar muy lejos.  Cuando hablamos de fomentar el gusto por la lectura, el verbo leer  no se puede conjugar en imperativo. ¿Y si en lugar de obligarle al niño a leer decidiéramos compartir nuestra dicha de lectores? ¿Qué nos impide leerles aquellas páginas de la literatura que desde siempre nos han fascinado?

3. Mandarles leer un libro que no es de su agrado

El método anterior es manifiestamente mejorable.  Para ello, obliguémosle a leer un libro que no le diga absolutamente nada y por el que no sienta el menor interés.
Este método suele ser utilizado por los padres -con la mejor voluntad del mundo, por supuesto- recomendando a sus hijos aquellos libros que a ellos les gustaron en su infancia y que en muchos casos nada dicen a los niños de hoy.  En su descargo, hay que señalar su desconocimiento acerca de la nueva literatura infantil.
Pero también los profesores podemos recurrir a él; pr ejemplo, cuando adquirimos un mismo libro para toda la clase y lo mandamos leer en voz alta, en el mismo lugar, al mismo tiempo y al mismo ritmo. ¿Estaríamos dispuestos los mayores a leer de esta forma? ¿Acaso leemos los adultos el primer libro que cae en nuestras manos?
A los niños también les gusta poder elegir.  Y para ello nada mejor que una biblioteca ampliamente surtida.  A los profesores corresponde la responsabilidad de elegir acertadamente.  Cuantos más libros pongamos al alcance del niño, más fácilmente conseguiremos despertar su curiosidad, estimular sus intereses y aficiones, satisfacer sus ansias de aventuras y de emoción, saciar sus deseos de conocer, responder a las inquietudes que le plantean los cambios en su personalidad...
Y no olvidemos tampoco la importancia del lugar.  La escuela no es necesariamente un lugar poco apropiado para la práctica de la lectura.  Basta algunos medios, un lugar acogedor, una música suave, un ambiente relajado y tranquilo, y la ausencia de reglamentaciones absurdas.

4. Exigirles que lean el libro de principio a fin

El camino para conseguir que lean con mayor frecuencia y, por tanto, por iniciativa propia, no pasa por imposiciones y controles.  Es preferible que les animemos y les ayudemos a encontrar un libro que les atraiga y fascine.  Pero incluso en el caso de que hayan llegado a encontrar el libro que estaban buscando, no les obliguemos a leerlo desde la primera hasta la última página sin dejar una coma.  Aconsejémosles, eso sí, que den siempre un margen de confianza al libro, que les permita saber si puede interesarles o no -unas veinte o treinta páginas pueden ser suficiente-.  Si, llegado ese punto, el libro no ha conseguido encandilarles, si los personajes que aparecen no les resultan atractivos ni les importa lo que pueda sucederles, es preferible que lo dejen v busquen nuevas lecturas.  Hay muchos otros libros que están esperando.

Tampoco en el caso de que hayan encontrado una historia fascinante es adecuado obligarles a que lo lean completo. ¿Qué problema existe en que se salten unas páginas que les están resultando especialmente pesadas y aburridas?  Leer aquellas partes que le permitan entender la historia, disfrutar con ellas y seguir interesado en continuar puede bastar.  No decimos que sea lo ideal, pues toda historia está pidiendo ser leída completa.  Pero es preferible que el niño pase por alto aquellas partes de la  historia que le puedan resultar difíciles, antes que el tedio le empuje a abandonar.
En este sentido, las palabras de John Holt son esclarecedoras: "Esto es lo que debería ser la lectura, y lo que rara vez es en las escuelas: una aventura excitante y llena de alegría.  Encontrar algo, sumergirse en ello, coger las partes buenas, pasar por alto las malas, sacar todo lo que se pueda, y pasar a otra cosa".

5. Dejar al niño solo con el libro

En ocasiones, el libro se le aparece al niño como un objeto hostil, las palabras como un enigma denso e indescifrable que le exige un trabajo excesivo.
Criticando aquellos métodos pedagógicos que han sido pensados contra el deseo de aprender, Rousseau escribió: "La lectura es el azote de la infancia y prácticamente la única ocupación que sabemos darle. (... ) Un niño no siente gran curiosidad por perfeccionar un instrumento. con el que se le atormenta; pero conseguid que ese instrumento sirva a su placer y no tardará en aplicarse a él a vuestro pesarlo”.
¿Y si acompañáramos al niño en sus lecturas, si compartiéramos su esfuerzo? ¿Si le ayudáramos a reducir a sus justas dimensiones a un enemigo que le parece demasiado grande y no es sino un amigo entrañables. ¿Si le ayudáramos a encontrar una lectura a su medida que le permitiera recuperar el entusiasmo y la esperanza de un bello texto?

6. Comentarle todos los pormenores del libro

Presentar un libro es una de las técnicas lectoras más empleadas.  Con ello estamos creando una cierta curiosidad en torno al libro.  Pero sólo para abrir el apetito; nada más.  No debemos destripar el libro matando así, la curiosidad del niño. 
Dejemos Que sea el propio libro quien hable.  Una vez que hayamos encontrado una historia capaz de cautivar al niño, la hayamos dado a conocer y tenga lector es el momento de que el profesor desaparezca de escena.

7. Convertir los libros en otros "deberes escolares”


Con la mejor intención del mundo, padres y profesores acostumbramos a pedirle al niño que lea, incluso en momentos en que él preferiría estar haciendo otras cosas. 
Suponemos que es ésta una actividad que le ha de reportar enormes beneficios.  En nombre del futuro le  imponemos  una tarea que no siempre le resulta grata.  Y ahí tenemos al niño, con los codos sobre la mesa, inclinado ante el libro.  Mientras tanto, el resto de la familia se encuentra reunida frente al televisor.  La sintonía de su programa favorito pone música a las páginas del libro.
Llegamos incluso a ofrecerle como forma de pago por su dedicación a la lectura la televisión o los videojuegos: "Cuando acabes de leer, podrás ver la televisión".  De esta manera convertimos la televisión no sólo en enemigo del libro, sino, lo que es más grave, elevamos a la misma a una categoría superior: la televisión es recompensa; el libro, obligación.
Además, cada día con mayor frecuencia, recurrimos a la gran variedad de reclamos  que el niño actual tiene  -programas televisivos, videojuegos, libros de historietas, idiomas, ballet- para justificar la falta de hábitos de lectura.  Con ello, no hacemos sino buscar excusas que tranquilicen nuestra conciencia.  Es evidente que la sociedad actual presenta al niño muchas alternativas diferentes para llenar su tiempo de ocio. 
Tenemos que acostumbrarnos a ello, pues es un hecho incuestionable.  La lectura es  ahora, a diferencia de lo que ocurría hace algunas décadas,  una posibilidad entre otras muchas y ello, además de irreversible, es positivo.  Otra cosa bien distinta es el uso que de ellas hagamos.  Del lugar que ocupe la lectura, de su grado de aceptación, todos somos responsables: la familia, la escuela, la sociedad en general.

8. Convertir el libro en herramienta académica

Con frecuencia, la lectura en la escuela deja de ser un fin en sí misma para ponerse a disposición de otras actividades escolares.  En aras de un mayor aprovechamiento académico, convertimos al libro en herramienta al servicio casi exclusivo de la adquisición de conocimientos.
Así, a medida que el niño avanza en su escolaridad va descubriendo que aquel objeto misterioso entrañable que, tanto en su casa como en los primeros años de escuela, era promesa de mil aventuras, de viajes fantásticos, de emociones, intriga y suspense, va perdiendo su magia hasta convertirse en el culpable de muchas de sus actuales desdichas.  Con el libro hemos hecho copias y dictados; hemos estudiado morfemas y lexemas; hemos localizado sustantivos, adjetivos y pronombres; hemos realizado análisis gramaticales y sintácticos; hemos descubierto metáforas, elipsis, sinécdoques, anáforas y lo que hiciera falta.  También hemos leído libros, por supuesto, pero, ¿no se les ha extraído hasta el último gramo de rentabilidad escolar?.

9. Obligarles a comentar un libro leído

Hay que aclarar que esta fórmula no siempre es negativa.  Cuando el niño acepta libremente hablar sobre sus lecturas puede darse un trasvase de información y, sobre todo, de entusiasmo que resulta muy estimulante y beneficioso para otros compañeros que no encuentran en el libro las mismas satisfacciones.
Sin embargo, no es recomendable obligar al niño a que hable de sus lecturas si no lo  hace gustoso.  El objetivo de la lectura no es comunicar lo que hemos leído.  El fin está en el libro mismo.  Por propia experiencia conocemos que hay libros cuya lectura deja en nosotros tal deslumbramiento, tal embeleso, que no nos apetece otra cosa que alargar y conservar esa sensación maravillosa.  Aunque hemos terminado sus páginas seguimos aún atrapados por su encanto.  Dejemos -como señala D. Pennacque "el tiempo efectúe su delicioso trabajo de destilación".
Dejemos al niño que calle, mientras lee y disfruta.  El libro en sus manos, ése es el fin.


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