miércoles, 23 de enero de 2013

FÓRMULAS PARA ABORRECER LA LECTURA


Cada vez son más los profesores que conciben el libro como un instrumento placentero e intentan con su actividad en el aula acercar los niños al libro, procurando poner a su alcance lecturas que les resulten  atractivas y los impliquen de manera activa.  La utilización de los libros con fines estrictamente pedagógicos queda en un segundo plano, pues la experiencia les ha enseñado que el trabajo exhaustivo con este fin puede tener el efecto contrario al que de verdad importa: conseguir el hábito lector entre los niños, y que éste permanezca incluso cuando abandonen la escuela.

Indudablemente es tarea de la escuela conseguir que todos los niños se apropien de los mecanismos de la lectura; pero esto no es suficiente, es sólo el primer paso.  Una vez que los niños han alcanzado este objetivo, nuestra meta profesional debe situarse más allá: ayudar a nuestros alumnos a descubrir el placer de leer, la dicha que produce la lectura.

A pesar de tantas buenas intenciones, lo cierto es que en demasiadas ocasiones acabamos creando entre el niño y los libros un abismo difícil de salvar con tanto uso y abuso del libro como instrumento escolar.

Una reflexión sincera y serena sobre este tema puede ayudamos a replantear nuestra actitud en tomo a la lectura y a rectificar cuando sea necesario.  Sólo si somos capaces de descubrir nuestras deficiencias podemos pensar en buscar soluciones alternativas.

Todos los profesionales de la educación, los padres, y la sociedad en general, solemos coincidir cuando se dice que la lectura es una necesidad esencial para la formación integral de la personalidad; sus beneficios son incalculables para el ser humano y es un instrumento imprescindible en la vida de las personas: es necesario que los niños lean.  Sin embargo, la realidad de nuestras aulas y la actitud de las
familias suelen contradecir todas estas afirmaciones.  Hagamos un ejercicio de sinceridad.  En realidad, lo que la mayor parte de los padres y los profesores desean fervientemente es que sus hijos, sus alumnos, saquen adelante sus asignaturas y aprueben el curso.

Si de verdad la mayoría pensase que la lectura es tan importante como todo el mundo coincide en afirmar, esta actividad ocuparía más tiempo y mejores espacios en nuestros centros escolares, en nuestros hogares, en los espacios televisivos, en la radio, en las páginas de la prensa... Convendría pues que comenzásemos por acercarnos a la lectura en términos más realistas y modestos.

Emprendido el camino con esta nueva actitud, quizá tenga efectos positivos la  formulación de algunos principios básicos, de manera totalmente sarcástica y divertida, acerca de cómo conseguir que nuestros alumnos huyan de los libros como  gato escaldado; especialmente dirigida a aquellos profesores empeñados en convertir el libro en objeto de disfrute.  Nos basamos en G. Rodari ("Nuevas maneras de
enseñar a los niños a odiar la literatura", ed.  Alioma) y en H. J. Holt, y creemos que además de hacemos sonreír nos puede hacer meditar.

1. Echarles en cara a los niños que no les guste leer

Con frecuencia, cuando los profesores hablamos con nuestros alumnos sobre la lectura les culpamos de que no les guste leer.  "Parece mentira -les decimos con éstas o similares palabras, siempre en tono de reproche- que con lo interesante que es leer no lo hagáis con más frecuencia".  Como si con este tipo de sermones fuéramos a conseguir algo.
Afirmaciones de este tipo indican, en primer lugar, nuestro desconcierto ante el problema y nuestra incapacidad para tomar iniciativas más positivas con el fin de fomentar el gusto por la lectura.  Pero, además, con estas acusaciones tratamos de eludir nuestra propia responsabilidad en el tema haciéndola derivar hacia el propio niño.

2. Obligarles a leer

Como afirma G. Rodari, éste es el método más eficaz para conseguir que la lectura resulte una actividad especialmente repulsiva: "Se toma-a un muchacho, se toma un libro, se coloca a los dos en una mesa y se prohíbe que el trío se divida antes de una determinada hora".  El método es infalible, pues "no se puede ordenar a un árbol que florezca, si no es su estación, si no se han creado las condiciones idóneas...... Por el camino de la obligación, no se puede llegar muy lejos.  Cuando hablamos de fomentar el gusto por la lectura, el verbo leer  no se puede conjugar en imperativo. ¿Y si en lugar de obligarle al niño a leer decidiéramos compartir nuestra dicha de lectores? ¿Qué nos impide leerles aquellas páginas de la literatura que desde siempre nos han fascinado?

3. Mandarles leer un libro que no es de su agrado

El método anterior es manifiestamente mejorable.  Para ello, obliguémosle a leer un libro que no le diga absolutamente nada y por el que no sienta el menor interés.
Este método suele ser utilizado por los padres -con la mejor voluntad del mundo, por supuesto- recomendando a sus hijos aquellos libros que a ellos les gustaron en su infancia y que en muchos casos nada dicen a los niños de hoy.  En su descargo, hay que señalar su desconocimiento acerca de la nueva literatura infantil.
Pero también los profesores podemos recurrir a él; pr ejemplo, cuando adquirimos un mismo libro para toda la clase y lo mandamos leer en voz alta, en el mismo lugar, al mismo tiempo y al mismo ritmo. ¿Estaríamos dispuestos los mayores a leer de esta forma? ¿Acaso leemos los adultos el primer libro que cae en nuestras manos?
A los niños también les gusta poder elegir.  Y para ello nada mejor que una biblioteca ampliamente surtida.  A los profesores corresponde la responsabilidad de elegir acertadamente.  Cuantos más libros pongamos al alcance del niño, más fácilmente conseguiremos despertar su curiosidad, estimular sus intereses y aficiones, satisfacer sus ansias de aventuras y de emoción, saciar sus deseos de conocer, responder a las inquietudes que le plantean los cambios en su personalidad...
Y no olvidemos tampoco la importancia del lugar.  La escuela no es necesariamente un lugar poco apropiado para la práctica de la lectura.  Basta algunos medios, un lugar acogedor, una música suave, un ambiente relajado y tranquilo, y la ausencia de reglamentaciones absurdas.

4. Exigirles que lean el libro de principio a fin

El camino para conseguir que lean con mayor frecuencia y, por tanto, por iniciativa propia, no pasa por imposiciones y controles.  Es preferible que les animemos y les ayudemos a encontrar un libro que les atraiga y fascine.  Pero incluso en el caso de que hayan llegado a encontrar el libro que estaban buscando, no les obliguemos a leerlo desde la primera hasta la última página sin dejar una coma.  Aconsejémosles, eso sí, que den siempre un margen de confianza al libro, que les permita saber si puede interesarles o no -unas veinte o treinta páginas pueden ser suficiente-.  Si, llegado ese punto, el libro no ha conseguido encandilarles, si los personajes que aparecen no les resultan atractivos ni les importa lo que pueda sucederles, es preferible que lo dejen v busquen nuevas lecturas.  Hay muchos otros libros que están esperando.

Tampoco en el caso de que hayan encontrado una historia fascinante es adecuado obligarles a que lo lean completo. ¿Qué problema existe en que se salten unas páginas que les están resultando especialmente pesadas y aburridas?  Leer aquellas partes que le permitan entender la historia, disfrutar con ellas y seguir interesado en continuar puede bastar.  No decimos que sea lo ideal, pues toda historia está pidiendo ser leída completa.  Pero es preferible que el niño pase por alto aquellas partes de la  historia que le puedan resultar difíciles, antes que el tedio le empuje a abandonar.
En este sentido, las palabras de John Holt son esclarecedoras: "Esto es lo que debería ser la lectura, y lo que rara vez es en las escuelas: una aventura excitante y llena de alegría.  Encontrar algo, sumergirse en ello, coger las partes buenas, pasar por alto las malas, sacar todo lo que se pueda, y pasar a otra cosa".

5. Dejar al niño solo con el libro

En ocasiones, el libro se le aparece al niño como un objeto hostil, las palabras como un enigma denso e indescifrable que le exige un trabajo excesivo.
Criticando aquellos métodos pedagógicos que han sido pensados contra el deseo de aprender, Rousseau escribió: "La lectura es el azote de la infancia y prácticamente la única ocupación que sabemos darle. (... ) Un niño no siente gran curiosidad por perfeccionar un instrumento. con el que se le atormenta; pero conseguid que ese instrumento sirva a su placer y no tardará en aplicarse a él a vuestro pesarlo”.
¿Y si acompañáramos al niño en sus lecturas, si compartiéramos su esfuerzo? ¿Si le ayudáramos a reducir a sus justas dimensiones a un enemigo que le parece demasiado grande y no es sino un amigo entrañables. ¿Si le ayudáramos a encontrar una lectura a su medida que le permitiera recuperar el entusiasmo y la esperanza de un bello texto?

6. Comentarle todos los pormenores del libro

Presentar un libro es una de las técnicas lectoras más empleadas.  Con ello estamos creando una cierta curiosidad en torno al libro.  Pero sólo para abrir el apetito; nada más.  No debemos destripar el libro matando así, la curiosidad del niño. 
Dejemos Que sea el propio libro quien hable.  Una vez que hayamos encontrado una historia capaz de cautivar al niño, la hayamos dado a conocer y tenga lector es el momento de que el profesor desaparezca de escena.

7. Convertir los libros en otros "deberes escolares”


Con la mejor intención del mundo, padres y profesores acostumbramos a pedirle al niño que lea, incluso en momentos en que él preferiría estar haciendo otras cosas. 
Suponemos que es ésta una actividad que le ha de reportar enormes beneficios.  En nombre del futuro le  imponemos  una tarea que no siempre le resulta grata.  Y ahí tenemos al niño, con los codos sobre la mesa, inclinado ante el libro.  Mientras tanto, el resto de la familia se encuentra reunida frente al televisor.  La sintonía de su programa favorito pone música a las páginas del libro.
Llegamos incluso a ofrecerle como forma de pago por su dedicación a la lectura la televisión o los videojuegos: "Cuando acabes de leer, podrás ver la televisión".  De esta manera convertimos la televisión no sólo en enemigo del libro, sino, lo que es más grave, elevamos a la misma a una categoría superior: la televisión es recompensa; el libro, obligación.
Además, cada día con mayor frecuencia, recurrimos a la gran variedad de reclamos  que el niño actual tiene  -programas televisivos, videojuegos, libros de historietas, idiomas, ballet- para justificar la falta de hábitos de lectura.  Con ello, no hacemos sino buscar excusas que tranquilicen nuestra conciencia.  Es evidente que la sociedad actual presenta al niño muchas alternativas diferentes para llenar su tiempo de ocio. 
Tenemos que acostumbrarnos a ello, pues es un hecho incuestionable.  La lectura es  ahora, a diferencia de lo que ocurría hace algunas décadas,  una posibilidad entre otras muchas y ello, además de irreversible, es positivo.  Otra cosa bien distinta es el uso que de ellas hagamos.  Del lugar que ocupe la lectura, de su grado de aceptación, todos somos responsables: la familia, la escuela, la sociedad en general.

8. Convertir el libro en herramienta académica

Con frecuencia, la lectura en la escuela deja de ser un fin en sí misma para ponerse a disposición de otras actividades escolares.  En aras de un mayor aprovechamiento académico, convertimos al libro en herramienta al servicio casi exclusivo de la adquisición de conocimientos.
Así, a medida que el niño avanza en su escolaridad va descubriendo que aquel objeto misterioso entrañable que, tanto en su casa como en los primeros años de escuela, era promesa de mil aventuras, de viajes fantásticos, de emociones, intriga y suspense, va perdiendo su magia hasta convertirse en el culpable de muchas de sus actuales desdichas.  Con el libro hemos hecho copias y dictados; hemos estudiado morfemas y lexemas; hemos localizado sustantivos, adjetivos y pronombres; hemos realizado análisis gramaticales y sintácticos; hemos descubierto metáforas, elipsis, sinécdoques, anáforas y lo que hiciera falta.  También hemos leído libros, por supuesto, pero, ¿no se les ha extraído hasta el último gramo de rentabilidad escolar?.

9. Obligarles a comentar un libro leído

Hay que aclarar que esta fórmula no siempre es negativa.  Cuando el niño acepta libremente hablar sobre sus lecturas puede darse un trasvase de información y, sobre todo, de entusiasmo que resulta muy estimulante y beneficioso para otros compañeros que no encuentran en el libro las mismas satisfacciones.
Sin embargo, no es recomendable obligar al niño a que hable de sus lecturas si no lo  hace gustoso.  El objetivo de la lectura no es comunicar lo que hemos leído.  El fin está en el libro mismo.  Por propia experiencia conocemos que hay libros cuya lectura deja en nosotros tal deslumbramiento, tal embeleso, que no nos apetece otra cosa que alargar y conservar esa sensación maravillosa.  Aunque hemos terminado sus páginas seguimos aún atrapados por su encanto.  Dejemos -como señala D. Pennacque "el tiempo efectúe su delicioso trabajo de destilación".
Dejemos al niño que calle, mientras lee y disfruta.  El libro en sus manos, ése es el fin.


http://www.juandevallejo.org/lectora.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario