Cada vez son más los profesores que conciben
el libro como un instrumento placentero e intentan con su actividad en el aula
acercar los niños al libro, procurando poner a su alcance lecturas que les
resulten atractivas y los impliquen de
manera activa. La utilización de los
libros con fines estrictamente pedagógicos queda en un segundo plano, pues la
experiencia les ha enseñado que el trabajo exhaustivo con este fin puede tener
el efecto contrario al que de verdad importa: conseguir el hábito lector entre
los niños, y que éste permanezca incluso cuando abandonen la escuela.
Indudablemente es tarea de la escuela
conseguir que todos los niños se apropien de los mecanismos de la lectura; pero
esto no es suficiente, es sólo el primer paso.
Una vez que los niños han alcanzado este objetivo, nuestra meta
profesional debe situarse más allá: ayudar a nuestros alumnos a descubrir el
placer de leer, la dicha que produce la lectura.
A pesar de tantas buenas intenciones, lo
cierto es que en demasiadas ocasiones acabamos creando entre el niño y los
libros un abismo difícil de salvar con tanto uso y abuso del libro como
instrumento escolar.
Una reflexión sincera y serena sobre este
tema puede ayudamos a replantear nuestra actitud en tomo a la lectura y a
rectificar cuando sea necesario. Sólo si
somos capaces de descubrir nuestras deficiencias podemos pensar en buscar soluciones
alternativas.
Todos los profesionales de la educación, los
padres, y la sociedad en general, solemos coincidir cuando se dice que la
lectura es una necesidad esencial para la formación integral de la
personalidad; sus beneficios son incalculables para el ser humano y es un
instrumento imprescindible en la vida de las personas: es necesario que los
niños lean. Sin embargo, la realidad de
nuestras aulas y la actitud de las
familias suelen contradecir todas estas
afirmaciones. Hagamos un ejercicio de sinceridad. En realidad, lo que la mayor parte de los
padres y los profesores desean fervientemente es que sus hijos, sus alumnos,
saquen adelante sus asignaturas y aprueben el curso.
Si de verdad la mayoría pensase que la
lectura es tan importante como todo el mundo coincide en afirmar, esta
actividad ocuparía más tiempo y mejores espacios en nuestros centros escolares,
en nuestros hogares, en los espacios televisivos, en la radio, en las páginas
de la prensa... Convendría pues que comenzásemos por acercarnos a la lectura en
términos más realistas y modestos.
Emprendido el camino con esta nueva actitud,
quizá tenga efectos positivos la formulación
de algunos principios básicos, de manera totalmente sarcástica y divertida,
acerca de cómo conseguir que nuestros alumnos huyan de los libros como gato escaldado; especialmente dirigida a
aquellos profesores empeñados en convertir el libro en objeto de disfrute. Nos basamos en G. Rodari ("Nuevas
maneras de
enseñar a los niños a odiar la
literatura", ed. Alioma) y en H. J.
Holt, y creemos que además de hacemos sonreír nos puede hacer meditar.
1.
Echarles en cara a los niños que no les guste leer
Con frecuencia, cuando los profesores
hablamos con nuestros alumnos sobre la lectura les culpamos de que no les guste
leer. "Parece mentira -les decimos
con éstas o similares palabras, siempre en tono de reproche- que con lo interesante
que es leer no lo hagáis con más frecuencia". Como si con este tipo de sermones fuéramos a
conseguir algo.
Afirmaciones de este tipo indican, en primer
lugar, nuestro desconcierto ante el problema y nuestra incapacidad para tomar
iniciativas más positivas con el fin de fomentar el gusto por la lectura. Pero, además, con estas acusaciones tratamos
de eludir nuestra propia responsabilidad en el tema haciéndola derivar hacia el
propio niño.
2.
Obligarles a leer
Como afirma G. Rodari, éste es el método más
eficaz para conseguir que la lectura resulte una actividad especialmente
repulsiva: "Se toma-a un muchacho, se toma un libro, se coloca a los dos
en una mesa y se prohíbe que el trío se divida antes de una determinada
hora". El método es infalible, pues
"no se puede ordenar a un árbol que florezca, si no es su estación, si no
se han creado las condiciones idóneas...... Por el camino de la obligación, no
se puede llegar muy lejos. Cuando
hablamos de fomentar el gusto por la lectura, el verbo leer no se puede conjugar en imperativo. ¿Y si en
lugar de obligarle al niño a leer decidiéramos compartir nuestra dicha de lectores?
¿Qué nos impide leerles aquellas páginas de la literatura que desde siempre nos
han fascinado?
3.
Mandarles leer un libro que no es de su agrado
El método anterior es manifiestamente
mejorable. Para ello, obliguémosle a
leer un libro que no le diga absolutamente nada y por el que no sienta el menor
interés.
Este método suele ser utilizado por los
padres -con la mejor voluntad del mundo, por supuesto- recomendando a sus hijos
aquellos libros que a ellos les gustaron en su infancia y que en muchos casos
nada dicen a los niños de hoy. En su
descargo, hay que señalar su desconocimiento acerca de la nueva literatura
infantil.
Pero también los profesores podemos recurrir
a él; pr ejemplo, cuando adquirimos un mismo libro para toda la clase y lo
mandamos leer en voz alta, en el mismo lugar, al mismo tiempo y al mismo ritmo.
¿Estaríamos dispuestos los mayores a leer de esta forma? ¿Acaso leemos los
adultos el primer libro que cae en nuestras manos?
A los niños también les gusta poder
elegir. Y para ello nada mejor que una biblioteca
ampliamente surtida. A los profesores
corresponde la responsabilidad de elegir acertadamente. Cuantos más libros pongamos al alcance del
niño, más fácilmente conseguiremos despertar su curiosidad, estimular sus
intereses y aficiones, satisfacer sus ansias de aventuras y de emoción, saciar
sus deseos de conocer, responder a las inquietudes que le plantean los cambios
en su personalidad...
Y no olvidemos tampoco la importancia del
lugar. La escuela no es necesariamente
un lugar poco apropiado para la práctica de la lectura. Basta algunos medios, un lugar acogedor, una
música suave, un ambiente relajado y tranquilo, y la ausencia de
reglamentaciones absurdas.
4.
Exigirles que lean el libro de principio a fin
El camino para conseguir que lean con mayor
frecuencia y, por tanto, por iniciativa propia, no pasa por imposiciones y
controles. Es preferible que les
animemos y les ayudemos a encontrar un libro que les atraiga y fascine. Pero incluso en el caso de que hayan llegado
a encontrar el libro que estaban buscando, no les obliguemos a leerlo desde la
primera hasta la última página sin dejar una coma. Aconsejémosles, eso sí, que den siempre un
margen de confianza al libro, que les permita saber si puede interesarles o no
-unas veinte o treinta páginas pueden ser suficiente-. Si, llegado ese punto, el libro no ha
conseguido encandilarles, si los personajes que aparecen no les resultan
atractivos ni les importa lo que pueda sucederles, es preferible que lo dejen v
busquen nuevas lecturas. Hay muchos
otros libros que están esperando.
Tampoco en el caso de que hayan encontrado
una historia fascinante es adecuado obligarles a que lo lean completo. ¿Qué
problema existe en que se salten unas páginas que les están resultando
especialmente pesadas y aburridas? Leer
aquellas partes que le permitan entender la historia, disfrutar con ellas y
seguir interesado en continuar puede bastar.
No decimos que sea lo ideal, pues toda historia está pidiendo ser leída
completa. Pero es preferible que el niño
pase por alto aquellas partes de la historia
que le puedan resultar difíciles, antes que el tedio le empuje a abandonar.
En este sentido, las palabras de John Holt
son esclarecedoras: "Esto es lo que debería ser la lectura, y lo que rara
vez es en las escuelas: una aventura excitante y llena de alegría. Encontrar algo, sumergirse en ello, coger las
partes buenas, pasar por alto las malas, sacar todo lo que se pueda, y pasar a
otra cosa".
5.
Dejar al niño solo con el libro
En ocasiones, el libro se le aparece al niño
como un objeto hostil, las palabras como un enigma denso e indescifrable que le
exige un trabajo excesivo.
Criticando aquellos métodos pedagógicos que
han sido pensados contra el deseo de aprender, Rousseau escribió: "La
lectura es el azote de la infancia y prácticamente la única ocupación que
sabemos darle. (... ) Un niño no siente gran curiosidad por perfeccionar un
instrumento. con el que se le atormenta; pero conseguid que ese instrumento
sirva a su placer y no tardará en aplicarse a él a vuestro pesarlo”.
¿Y si acompañáramos al niño en sus lecturas,
si compartiéramos su esfuerzo? ¿Si le ayudáramos a reducir a sus justas
dimensiones a un enemigo que le parece demasiado grande y no es sino un amigo
entrañables. ¿Si le ayudáramos a encontrar una lectura a su medida que le
permitiera recuperar el entusiasmo y la esperanza de un bello texto?
6.
Comentarle todos los pormenores del libro
Presentar un libro es una de las técnicas
lectoras más empleadas. Con ello estamos
creando una cierta curiosidad en torno al libro. Pero sólo para abrir el apetito; nada más. No debemos destripar el libro matando así, la
curiosidad del niño.
Dejemos Que sea el propio libro quien
hable. Una vez que hayamos encontrado
una historia capaz de cautivar al niño, la hayamos dado a conocer y tenga
lector es el momento de que el profesor desaparezca de escena.
7.
Convertir los libros en otros "deberes escolares”
Con la mejor intención del mundo, padres y
profesores acostumbramos a pedirle al niño que lea, incluso en momentos en que
él preferiría estar haciendo otras cosas.
Suponemos que es ésta una actividad que le ha
de reportar enormes beneficios. En nombre
del futuro le imponemos una tarea que no siempre le resulta
grata. Y ahí tenemos al niño, con los
codos sobre la mesa, inclinado ante el libro.
Mientras tanto, el resto de la familia se encuentra reunida frente al
televisor. La sintonía de su programa
favorito pone música a las páginas del libro.
Llegamos incluso a ofrecerle como forma de
pago por su dedicación a la lectura la televisión o los videojuegos:
"Cuando acabes de leer, podrás ver la televisión". De esta manera convertimos la televisión no
sólo en enemigo del libro, sino, lo que es más grave, elevamos a la misma a una
categoría superior: la televisión es recompensa; el libro, obligación.
Además, cada día con mayor frecuencia,
recurrimos a la gran variedad de reclamos que el niño actual tiene -programas televisivos, videojuegos, libros
de historietas, idiomas, ballet- para justificar la falta de hábitos de
lectura. Con ello, no hacemos sino
buscar excusas que tranquilicen nuestra conciencia. Es evidente que la sociedad actual presenta
al niño muchas alternativas diferentes para llenar su tiempo de ocio.
Tenemos que acostumbrarnos a ello, pues es un
hecho incuestionable. La lectura es ahora, a diferencia de lo que ocurría hace
algunas décadas, una posibilidad entre otras
muchas y ello, además de irreversible, es positivo. Otra cosa bien distinta es el uso que de
ellas hagamos. Del lugar que ocupe la
lectura, de su grado de aceptación, todos somos responsables: la familia, la
escuela, la sociedad en general.
8.
Convertir el libro en herramienta académica
Con frecuencia, la lectura en la escuela deja
de ser un fin en sí misma para ponerse a disposición de otras actividades
escolares. En aras de un mayor
aprovechamiento académico, convertimos al libro en herramienta al servicio casi
exclusivo de la adquisición de conocimientos.
Así, a medida que el niño avanza en su
escolaridad va descubriendo que aquel objeto misterioso entrañable que, tanto
en su casa como en los primeros años de escuela, era promesa de mil aventuras,
de viajes fantásticos, de emociones, intriga y suspense, va perdiendo su magia
hasta convertirse en el culpable de muchas de sus actuales desdichas. Con el libro hemos hecho copias y dictados;
hemos estudiado morfemas y lexemas; hemos localizado sustantivos, adjetivos y
pronombres; hemos realizado análisis gramaticales y sintácticos; hemos
descubierto metáforas, elipsis, sinécdoques, anáforas y lo que hiciera
falta. También hemos leído libros, por supuesto,
pero, ¿no se les ha extraído hasta el último gramo de rentabilidad escolar?.
9.
Obligarles a comentar un libro leído
Hay que aclarar que esta fórmula no siempre
es negativa. Cuando el niño acepta libremente
hablar sobre sus lecturas puede darse un trasvase de información y, sobre todo,
de entusiasmo que resulta muy estimulante y beneficioso para otros compañeros
que no encuentran en el libro las mismas satisfacciones.
Sin embargo, no es recomendable obligar al
niño a que hable de sus lecturas si no lo hace gustoso.
El objetivo de la lectura no es comunicar lo que hemos leído. El fin está en el libro mismo. Por propia experiencia conocemos que hay
libros cuya lectura deja en nosotros tal deslumbramiento, tal embeleso, que no
nos apetece otra cosa que alargar y conservar esa sensación maravillosa. Aunque hemos terminado sus páginas seguimos
aún atrapados por su encanto. Dejemos
-como señala D. Pennacque "el tiempo efectúe su delicioso trabajo de
destilación".
Dejemos al niño que calle, mientras lee y
disfruta. El libro en sus manos, ése es
el fin.
http://www.juandevallejo.org/lectora.html
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